Ruta Nacional 75: desde La Rioja hasta Anillaco 

La Rioja capital

Llegar a la ciudad de La Rioja fue la primera grata sorpresa del viaje. Descubrí fue una urbe serena, limpia, segura y con un clima amable que invitaba a recorrerla sin apuros.

El aire seco de la región, acompañado de cielos despejados y de la cercanía de las montañas, le da un carácter particular: un contraste de modernidad tranquila con la fuerza imponente de la naturaleza que la rodea. 

La historia de la ciudad late en cada esquina. Fundada el 20 de mayo de 1591 por Juan Ramírez de Velasco, un riojano de España, fue bautizada como “Todos los Santos de la Nueva Rioja”, en honor a su tierra natal.  

Originalmente, el plan era establecerla en el valle de Famatina, conocido por su riqueza minera, pero las dificultades de comunicación con esa zona hicieron que el fundador eligiera el valle de Sanagasta, territorio que habitaban los Yacampis.  

Con el paso de los años, se levantaron templos y espacios para las órdenes religiosas —franciscanos, mercedarios, dominicos y jesuitas—, mientras que los pueblos originarios fueron incorporados bajo el sistema de encomiendas.

Hoy, con menos de 200.000 habitantes, la ciudad mantiene un ritmo calmo, envuelto en un entorno donde las sierras parecen acercarse tanto al horizonte que casi se funden con él. 

El casco histórico es un viaje al pasado colonial. Entre sus joyas arquitectónicas sobresale la Catedral San Nicolás de Bari. Construida en 1910, reemplazó a la anterior iglesia destruida por el terremoto de 1894.

Su fachada imponente y su interior luminoso hacen de ella un hito indispensable para quienes buscan comprender la identidad espiritual de la ciudad. 

Dique Los Sauces 

Tras recorrer el centro, la ruta nos llevó hacia el Dique Los Sauces, a apenas 15 km de la capital. Allí, el paisaje cambia: el río que le da nombre quedó embalsado para dar lugar a un gran espejo de agua rodeado de cerros majestuosos.  

El Peñón, con 1.800 metros, y el Cerro de la Cruz, de 1.600, se levantan como guardianes de este lago artificial que, sin embargo, parece natural y eterno. Desde la orilla, la vista panorámica es de postal: el agua calma en contraste con las montañas áridas que se elevan en silencio. 

Villa Sanagasta 

El camino continuó hacia el noroeste, rumbo a Villa Sanagasta, un pueblo encantador situado a 30 km de la capital. Sanagasta, cuyo nombre en lengua originaria significa “pueblo del Río de las Piedras”, se presenta como un oasis.  

Rodeada por la Sierra del Velasco, disfruta de un microclima privilegiado que convierte al valle en un refugio de frescura y serenidad.

Sus calles parecen comenzar literalmente al pie de la montaña y están sombreadas por glorietas naturales de álamos, sauces y nogales.  

La vida allí transcurre lenta, entre el verde, la calma y el canto de los pájaros. Un lugar perfecto para detenerse, respirar y simplemente dejar que el tiempo pase.

Mirador Descanso

Sobre la Ruta Nacional 75, el camino serpentea entre montañas y valles. A 25 km de Sanagasta, aparece el Mirador Descanso. Su nombre no podía ser más preciso: es un sitio para hacer una pausa, bajar del auto y dejarse envolver por la inmensidad riojana.

Desde allí, los cerros parecen desplegarse como un abanico, y la naturaleza muestra su lado más puro.

Agua Blanca 

Tras dejar atrás Sanagasta y hacer una pausa en el Mirador Descanso, la Ruta 75 nos fue llevando hacia otros rincones de la Costa Riojana. La primera escala fue Agua Blanca, un pequeño poblado que parece detenido en el tiempo.  

Sus calles de tierra, las siestas largas y el aire fresco de las vertientes naturales le dan un encanto particular. En medio del silencio, resalta la iglesia de San Isidro Labrador, santo patrono de los agricultores, cuya devoción refleja la íntima relación de los pobladores con la tierra.  

Entre nogales y frutales, se multiplican los dulces caseros y productos artesanales que invitan a detenerse en alguna casa de familia para probar sabores sencillos pero auténticos. Agua Blanca no es un lugar de grandes atractivos turísticos, sino de pequeñas experiencias que, juntas, arman la verdadera postal riojana. 

Chuquis 

Unos kilómetros más adelante, el camino nos condujo a Chuquis, una localidad cargada de historia. Fue aquí donde nació Pedro Ignacio de Castro Barros, sacerdote y político riojano que tuvo un papel destacado en el Congreso de Tucumán de 1816.  

Su casa natal funciona hoy como museo, conservando objetos y documentos que permiten comprender el legado de este ilustre hijo de la región. Entre nogales, olivares y acequias, el pueblo combina memoria histórica, cultura ancestral y la serenidad propia de la vida serrana. 

Anillaco

Continuamos nuestro viaje hasta Anillaco, a unos 90 km de la capital, siempre al pie de la Sierra de Velasco. El pueblo, apacible y acogedor, respira aire serrano a 1.300 metros de altura. Su nombre, “aguada del cielo”, anticipa el carácter mágico del lugar.

El paisaje combina viñedos, campos frutales y vertientes naturales que nutren la vida de la comunidad.

La calle principal corre paralela a un canal que distribuye el agua a los cultivos, reflejando la importancia que tiene el recurso hídrico en estas tierras secas. 

Además de sus paisajes y producción agrícola, Anillaco es conocido por haber sido el pueblo natal del expresidente Carlos Menem. Allí se encuentra “La Rosadita”, la casa donde vivió, hoy un punto de referencia para la memoria local.  

Pero el verdadero encanto del pueblo no está en su historia política, sino en sus sabores y en su calma. Antes de partir, fue inevitable llevarnos algunos de sus productos regionales: vinos, aceitunas, dulces y frutos secos, todos de excelente calidad. 

Así concluyó este recorrido por la Ruta Nacional 75, una travesía que combina historia, naturaleza y cultura riojana. Desde la ciudad capital, con su aire colonial y sus montañas cercanas, hasta los pueblos serenos como Sanagasta y Anillaco, pasando por espejos de agua y miradores que invitan a detenerse, cada tramo del camino ofrece una postal distinta.  

La Rioja, con su geografía y naturaleza, se revela como un destino que merece ser explorado con calma, en auto, deteniéndose en cada curva, en cada pueblo, en cada paisaje. 

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