Este gran libro lo tenía pendiente desde hacía tiempo, como uno de esos clásicos a los que uno siempre promete volver cuando las circunstancias sean las adecuadas. Así que decidí llevarlo conmigo en mi último viaje, y no pude haber hecho una mejor elección. Lo que encontré en sus páginas no solo me acompañó, sino que me transformó.

Desde el principio, Kapuściński me arrastró con su estilo directo, honesto y profundamente humano. Lo que más me impactó fue que, a diferencia de tantos otros relatos sobre África, él no busca adornar ni simplificar. No cae en la trampa de los estereotipos ni en las miradas superficiales que tanto abundan cuando se habla del continente africano.
Kapuściński se sumerge, literalmente, en la realidad más cruda: vive en los barrios más pobres, duerme en casas plagadas de cucarachas, soporta un calor sofocante que parece una presencia constante y hostil. No viaja protegido por la distancia de un corresponsal que solo observa; él se mezcla, se arriesga, se enferma, tiene miedo y no lo oculta.
Esa honestidad me conmovió. Sentí que Kapuściński no escribía desde la comodidad de quien quiere contar una buena historia, sino desde la necesidad de entender un mundo complejo, doloroso y fascinante.
A lo largo del libro, no solo recorre países y ciudades, sino que atraviesa realidades desgarradoras: el horror de las dictaduras como la de Amin Dada, la tragedia impensable de Ruanda, las vidas pequeñas y a menudo invisibles de quienes luchan por sobrevivir en un continente sacudido por guerras, hambre y desplazamientos.
Lo que más admiré es que Kapuściński logra equilibrar, de manera casi mágica, su mirada de periodista con su alma de narrador. Cada historia, cada encuentro, está relatado con un detalle que te hace sentir allí, acompañándolo, con el polvo pegado a la piel y el sonido de los mercados en los oídos. Pero al mismo tiempo, cada página tiene una carga poética, una sensibilidad que le da vida a lo que otros tratarían solo como datos o estadísticas.
“Ébano” es una colección de crónicas, pero también es una novela en mil episodios, como alguien lo describió, y es sobre todo un ejercicio de empatía, una invitación a mirar sin filtros ni prejuicios.
Kapuściński nos enseña a ver tanto la gran historia —las guerras, las revoluciones, los golpes de Estado— como la pequeña historia, la del campesino desplazado, la del niño que juega en las calles polvorientas, la de los hombres y mujeres que resisten el olvido.
Kapuściński es considerado uno de los grandes maestros del periodismo narrativo. En sus relatos hay algo que nos hace recordar a Kafka por la intensidad de las situaciones y a García Márquez por la manera en que los hechos parecen bordeados por lo imposible, pero todo está contado con los pies bien plantados en la tierra.
“Ébano” es uno de esos libros que te cambian la forma de mirar el mundo. Para mí, ha sido un viaje dentro de otro viaje. Y estoy seguro de que volveré a él, porque África, como Kapuściński nos muestra, no se comprende en una sola lectura. África, como este libro, es un mosaico que siempre tiene nuevas piezas por descubrir.
«Una novela en mil episodios, tramados por el idéntico sentimiento de culpa y de vergüenza por el mal causado por los blancos a los negros» (Giampaolo Rugarli, Il Manifesto).
«Kapuściński nos muestra la gran historia –de las guerras, de los golpes de Estado, las revoluciones– y también la pequeña historia, la de la gente que lucha por sobrevivir día a día en las monstruosas megalópolis atestadas de campesinos expulsados de sus tierras, o en los pueblos dejados en los márgenes de la civilización» (Sabina Morandi, Liberazione).
El autor
Ryszard Kapuściński (1932–2007) fue un reconocido periodista, escritor, ensayista y poeta polaco, ampliamente considerado uno de los grandes maestros del periodismo narrativo del siglo XX. Nació el 4 de marzo de 1932 en Pińsk, una ciudad que entonces pertenecía a Polonia y que actualmente forma parte de Bielorrusia. Su infancia estuvo marcada por las duras experiencias de la Segunda Guerra Mundial, un contexto de violencia y pobreza que influyó profundamente en su visión del mundo.
Falleció el 23 de enero de 2007 en Varsovia, dejando un legado esencial para quienes entienden el periodismo no solo como un oficio, sino como una herramienta para comprender y humanizar el mundo. Su obra sigue siendo una referencia imprescindible para periodistas, escritores y lectores interesados en las realidades complejas y las historias que habitan más allá de las noticias.