Muchos conocemos las historias y leyendas que surgieron de los buscadores de oros en diferentes partes del mundo como California y Alaska, con la famosa Gold Rush, o en Australia o Sudáfrica. Sin embargo, no muchos saben que en la Patagonia también ocurrió la llamada “fiebre del oro”.

En este viaje por la Patagonia Austral, me propuse conocer a fondo cómo comenzó esta fugaz fiebre que generó ambición, codicia y tragedias. El punto de inicio de la travesía comienza en el extremo continental de Argentina, donde se termina el continente: Cabo Vírgenes. Para luego, continuar por la isla de Tierra del Fuego.
En el siglo XIX Cabo Vírgenes cobró inusitado auge por una fugaz fiebre del oro –que se encontraba sobre la costa– y durante la Primera Guerra Mundial la zona fue un paso obligado para los barcos de guerra ingleses y alemanes que incluso se enfrentaron en el lugar. Aventureros y buscadores de oro llegaron a Cabo Vírgenes de todas partes del mundo.
Los navegantes que llegaron a la región austral de América del Sur registraron sus adversidades con la nomenclatura que dieron a los accidentes geográficos. Por la costa occidental pueden seguirse sus peripecias. Sabemos que aquéllos navegan a la altura de la isla Socorro, cruzan el golfo de Penas, se introducen en la región de la Última Esperanza, se pierden en el seno de Obstrucción, y finalmente dan fondo en Puerto Hambre.
Según Armando Braun Menéndez, el hallazgo tuvo su origen en un naufragio, cuando un cúter pesquero que navegaba en la zona un día de 1876 fue sorprendido por una tormenta que lo hizo encallar. Los tripulantes se salvaron y lograron llegar a la costa. Al abrir un pozo para obtener agua potable, hallaron mezcladas con la tierra removida partículas de oro puro.
La noticia atrajo a aventureros de diferentes partes. Pronto, un techo de la costa abierta, desolada y ventosa del cabo, denominado Zanja a Pique por la configuración de las barrancas carcomidas por el Atlántico, se vio cubierto de campamentos improvisados. En septiembre de 1884, una nave francesa llamada Arctique encalló en el cabo Vírgenes. Todas las naves que iban de Europa al Pacífico, que eran bastantes, doblaban allí para entrar al Estrecho de Magallanes, haciendo escala en la pujante población de Punta Arenas que habían fundado los chilenos en 1843.
La noticia llegó a la ciudad y de inmediato, el reconocido empresario José Nogueira despachó a un grupo de hombres para trabajar allí como “raqueros”, quienes se dedicaban a saquear los barcos que perecían en el Estrecho de Magallanes. Cuenta el historiador Martinic Berós: “la noticia del hallazgo cundió con velocidad increíble y muy pronto Punta Arenas fue un hervidero de hombres arribados de distintas partes que sólo deseaban alcanzar las barrancas atlánticas donde yacía el oro milenario”.
Los buscadores construyeron canaletas de madera, en declive, con cavidades separadas por travesaños por donde hacían correr el agua. Las pepitas de oro quedaban depositadas en el fondo de esas cavidades. El descubrimiento de oro en Cabo Vírgenes en 1884 despertó un interés masivo. La zona, caracterizada por sus costas abruptas y su clima inhóspito, se convirtió en un epicentro de exploración y explotación aurífera.
Julio Popper, el “rey de la Tierra del Fuego”
Decenas de buscadores de oro, tanto locales como extranjeros, llegaron a la región con la esperanza de encontrar fortuna. Uno de ellos fue el rumano Julio Popper. Nacido el 15 de diciembre de 1857 en Bucarest, Rumania, fue un ingeniero, explorador y aventurero cuyo nombre quedó grabado en la historia de la Patagonia, especialmente en Tierra del Fuego, durante la fiebre del oro de fines del siglo XIX.

Hijo de un rabino, Popper recibió una educación privilegiada y desde joven demostró un gran talento para la ingeniería y la exploración. Popper viajó por el mundo antes de llegar a Argentina. Recorrió Europa, Medio Oriente, Asia y América del Norte, adquiriendo conocimientos y experiencia en minería y cartografía. En 1885, arribó a Buenos Aires atraído por las oportunidades que ofrecía el joven país sudamericano.
La fiebre del oro en Patagonia, especialmente en Tierra del Fuego, captó su atención. En 1886, Popper organizó una expedición para explorar las riquezas auríferas de la región. Llegó a la isla y, tras una ardua búsqueda, encontró oro en la zona de San Sebastián, al noreste de Tierra del Fuego. Este hallazgo marcó el inicio de su legado.
Popper diseñó una máquina para la extracción de oro, un ingenioso dispositivo que facilitaba la recolección de partículas de oro de los ríos y playas. Su máquina consistía en un sistema de tamices y bombas que separaban el oro de la arena, aumentando considerablemente la eficiencia del proceso. Esta innovación le permitió acumular una considerable fortuna y consolidar su presencia en la región.
Además de su habilidad técnica, Popper era un líder nato. Fundó el asentamiento de El Páramo, donde estableció una pequeña colonia minera. Emitió su propia moneda, conocida como “los Popper”, que circulaba entre los trabajadores y comerciantes de la zona. También cartografió Tierra del Fuego con gran precisión, contribuyendo al conocimiento geográfico de la región. En 1893, pocos meses antes de su muerte, Popper publicó «Atlanta: Proyecto para la creación de un pueblo marítimo en la costa atlántica de Tierra del Fuego».
Este documento detallaba su visión de establecer un puerto con un perfil mercantil e industrial que pudiera competir económicamente con la ciudad chilena de Punta Arenas. Popper argumentaba que las tierras pastoriles, los bosques, las minas y las ricas pesquerías de la región eran recursos suficientes para garantizar la prosperidad de la nueva localidad. Además, proponía la creación de una línea telegráfica y colonias de pobladores para fomentar el desarrollo y la civilización en la zona.
Para materializar su proyecto, Popper solicitó al gobierno argentino tierras sin colonizar en el norte de la isla. Sin embargo, la implementación de «Atlanta» enfrentó múltiples desafíos. La región, caracterizada por su clima inhóspito y aislamiento geográfico, presentaba dificultades logísticas significativas.
Además, las tensiones políticas y territoriales entre Argentina y Chile en la zona complicaban aún más la realización del proyecto. A pesar de su determinación y esfuerzos, «Atlanta» no llegó a concretarse durante la vida de Popper. El manuscrito original de «Atlanta» es una rareza bibliográfica, ya que Popper imprimió solo seis ejemplares en 1893. Uno de estos ejemplares se conserva en la colección del Museo del Fin del Mundo, lo que ha permitido su estudio y análisis por parte de historiadores y académicos.
En 2003, la editorial Eudeba publicó una edición que incluye el proyecto original junto con otros escritos de Popper, brindando una visión más completa de sus ideas y propuestas para Tierra del Fuego. La figura de Popper es también controvertida.
Su relación con los pueblos originarios, especialmente los selk’nam, ha sido objeto de críticas. Se le ha acusado de participar en y promover campañas de exterminio contra los indígenas, quienes fueron desplazados y diezmados durante la fiebre del oro. La vida de Julio Popper estuvo llena de ambiciones, logros y controversias. Falleció en Buenos Aires el 5 de junio de 1893, a los 36 años, en circunstancias que aún hoy generan debate.
Algunos sostienen que fue envenenado por rivales, mientras que otros sugieren causas naturales. Su legado perdura en la historia de Tierra del Fuego, como un pionero de la minería y un personaje central en la fiebre del oro patagónica. La fiebre del oro en Patagonia, impulsada por la llegada de aventureros como Popper, transformó la región.
En los primeros años de la fiebre del oro, se obtuvo gran cantidad del preciado metal, sin embargo, con el pasar del tiempo, la cantidad disminuyó considerablemente. En 1918 se inauguró el canal de Panamá y la zona fue quedando casi en el olvido, como a punto de caerse del mapa, pero resguardando historias legendarias, una naturaleza virgen y una postal muy simbólica de lo que fue la Patagonia Austral hace más de 100 años. Al caminar por las playas solitarias del Atlántico Sur siento que el pasado y presente se entrelazan, como si en cada paso resonara el eco de aquellos buscadores de fortuna.
Imagino la costa colmada de campamentos, el murmullo de los mineros mezclándose con el sonido del viento. El mar sigue siendo el único testigo de aquellos días de fiebre y esperanza, de historias de ambición y desencanto. El horizonte se pierde en el infinito, y con cada ola, la historia de la Patagonia sigue susurrando sus secretos.