El naufragio del Monte Cervantes

El 22 de enero de 1930, las aguas heladas del Canal Beagle se convirtieron en el escenario de uno de los naufragios más recordados en la historia marítima de Argentina: el hundimiento del transatlántico alemán Monte Cervantes. Esta tragedia, que puso a prueba el temple de los habitantes de Ushuaia y la pericia de los marinos, dejó una marca indeleble en la memoria de la región y en las páginas de la navegación patagónica. 

En las gélidas aguas del canal de Beagle, el lujoso crucero Monte Cervantes quedó encallado tras colisionar con una roca sumergida que desgarró su proa. En menos de una hora, los más de mil pasajeros fueron evacuados exitosamente. Sin embargo, hasta el día de hoy, la única pérdida humana, la del capitán del navío, permanece envuelta en misterio.

El Monte Cervantes, construido en los astilleros alemanes Blohm und Voss y botado el 25 de agosto de 1927, contaba con 13.600 toneladas y casi 160 metros de eslora. Diseñado tanto para el transporte de inmigrantes entre Europa y América como para cruceros turísticos, podía albergar hasta dos mil pasajeros distribuidos en dos clases, además de contar con una tripulación de 300 marineros. El barco pertenecía a la Sociedad Hamburgo Sudamericana. 

A pesar de su reciente construcción, su historial ya arrastraba ciertos infortunios. Durante los trabajos finales previos a su botadura sufrió un incendio, y en enero de 1928 chocó contra un témpano en aguas árticas, logrando salvarse gracias a la intervención de un rompehielos ruso. 

El 15 de enero de 1930, el Monte Cervantes zarpó del puerto de Buenos Aires con 1.117 pasajeros a bordo. El itinerario incluía escalas en Puerto Madryn, Punta Arenas y Ushuaia antes de su regreso. Al mando estaba el capitán Teodoro Dreyer, un experimentado marino alemán nacido el 2 de diciembre de 1874. Aunque conocedor de los fiordos del norte de Europa, no tenía experiencia previa en los complejos canales fueguinos, por lo que contaba con la guía del práctico Rodolfo Hepe. 

El 22 de enero, tras una escala en Ushuaia, el buque partió nuevamente. En lugar de seguir la ruta habitual, optaron por un paso menos recomendado. La mayoría de los pasajeros se encontraba en cubierta, maravillados por el paisaje y el faro de Les Eclaireurs, cuando a las 12:45 el casco impactó contra una roca sumergida, ausente en las cartas náuticas, abriendo una vía de agua en la proa. La embarcación quedó inmovilizada, inclinada levemente, con las hélices sobresaliendo del agua. 

El capitán Dreyer dio la orden de evacuar. Los pasajeros, equipados con chalecos salvavidas, abordaron los 30 botes de emergencia. La señal de auxilio fue recibida por el transporte Vicente Fidel López y la lancha Godoy, que ayudaron en el rescate. Los evacuados fueron trasladados a la Estancia Remolino, propiedad del pastor anglicano John Lawrence, antes de ser llevados a la ciudad. 

Ushuaia, que en ese entonces contaba con menos de mil habitantes, se volcó a ayudar. Los náufragos fueron alojados en hogares particulares, cuarteles y las instalaciones del presidio local. Incluso compartieron las provisiones destinadas a los reclusos. Al día siguiente, la tripulación recuperó los equipajes bajo la supervisión del capitán Dreyer. Sin embargo, el 24 de enero, el Monte Cervantes se escoró y terminó hundiéndose parcialmente. 

En torno al destino final del capitán surgieron varias versiones. Algunos relatos aseguran que se vistió con su uniforme de gala y permaneció en el puente hasta que el barco se hundió por completo. Otros afirman que se ató al timón o que logró alcanzar la isla Navarino antes de desaparecer. Lo cierto es que su cuerpo nunca fue hallado y su esposa ofreció recompensas a quien pudiera aportar información. El 28 de enero, los pasajeros regresaron a Buenos Aires a bordo del Monte Sarmiento. 

En 1943, la empresa Salvamar, dirigida por Leopoldo Simoncini, inició esfuerzos para reflotar el buque. Tras recuperar motores y retirar estructuras pesadas como chimeneas y mástiles, intentaron liberar el casco encallado utilizando flotadores. Aunque el primer intento fracasó en julio de 1954, en octubre del mismo año lograron desencallarlo. Sin embargo, durante el remolque hacia Ushuaia, uno de los flotadores se soltó y el buque escoró hasta hundirse definitivamente a 100 metros de profundidad. 

Al navegar por las frías aguas del Canal Beagle, cargadas de historia, no puedo evitar pensar en lo que yace bajo estas aguas profundas. Justo debajo del faro Les Eclaireurs, imponente y solitario, descansan los restos del Monte Cervantes.  Uno imagina al barco en su último aliento, hundiéndose lentamente bajo la mirada firme del faro. La inmensidad del Canal Beagle todavía guarda muchos secretos y misterios sumergidos.   

Años más tarde, algunos objetos recuperados del Monte Cervantes fueron donados al Museo del Fin del Mundo, entre ellos vajilla de loza blanca, una jarra cervecera con restos marinos adheridos y una tuerca de bronce perteneciente a una de las hélices. En Ushuaia, una calle lleva el nombre del capitán Dreyer, como homenaje al hombre que eligió quedarse con su barco en las heladas aguas fueguinas, aunque su destino final aún permanezca sin resolver. 

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