La Patagonia tiene algunos de los lugares más famosos y bellos del planeta: Ushuaia, el Perito Moreno, Bariloche, San Martín de los Andes, solo por nombrar algunos.
Sin embargo, también existen muchos lugares que no son tan conocidos, es más, lugares que prácticamente han quedado totalmente abandonados y detenidos en el tiempo. No por ello son menos bellos que los destinos más famosos y populares. Uno de los lugares que parece haber quedado detenido en el tiempo es la playa de Cabo Raso en la provincia de Chubut.

Cabo Raso se encuentra a 150 kilómetros de Trelew y a 244 kilómetros de Comodoro Rivadavia. En la actualidad se lo conoce como el “pueblo fantasma”, donde se fueron todos. La localidad más cercana es Camarones, a 80 kilómetros. Cabo Raso se encuentra sobre una amplia bahía atlántica que ofrece un puerto natural.
A fines de 1800 fue un destino de pioneros, ya que aquí se establecieron muchas estancias ganaderas que prosperaron gracias a la producción de lana de oveja, la cual se destaca por la excelente calidad en la zona. Todo comenzó a cambiar en el siglo XX cuando los pobladores de Cabo Raso comenzaron a irse, hasta que en la década del 50 quedó totalmente abandonado y en ruinas.
Al llegar a Cabo Raso pareciera no haber nada. Solamente un paisaje de estepa, seco y monótono. Sin embargo, hay mucho por ver, y, sobre todo, sentir. Solo basta con entrar en contacto con la naturaleza del lugar y potenciar todos los sentidos. A medida que nos acercamos a la costa, comenzamos a percibir los encantos de este lugar tan recóndito de la Argentina. El mar es diferente.
Tiene un encanto especial. Y uno lo percibe. Es el Atlántico Sur de la Patagonia, salvaje, indómito y sobrecogedor. Esconde leyendas, misterios, innumerables naufragios, así como también impone mucho respeto. Pero también tiene un encanto que lo hace único y diferente. Es una extraña seducción. Pero así es la Patagonia: misteriosa y encantadora.
Cabo Raso llegó a tener alrededor de 200 habitantes, así como también contaba con un almacén de ramos generales, el cual se llamaba “La Castellana”, que según cuentan las historias y leyendas del lugar, en sus mejores épocas, recibía a muchos peones y gauchos de los campos cercanos. Era el típico lugar de encuentro, cuando existía una comunidad.
Uno se pregunta cómo sería aquel tiempo, cuando aún estaba “vivo” de alguna manera el pueblo. Por otro lado, también tuvo una oficina de correo, telégrafo y hasta una escuela de piedra construida en 1909, a la cual llegaban niños de las estancias vecinas. También se instaló un faro en 1925.
Donde hubo niños jugando, y ancianos conversando en las esquinas, hoy solamente quedan las viejas paredes derrumbadas. Ruinas y más ruinas. ¿Qué habrá sido de aquellas personas que alguna vez llamaron hogar a Cabo Raso?
Hoy solamente reina la paz absoluta y un silencio inquebrantable. En 1985 falleció Mercedes Finat, la dueña del almacén La Castellana y quien fuera la última habitante de Cabo Raso. Desafiando a la soledad, pasó sus últimos días resistiéndose a abandonar su hogar.
El renacer de Cabo Raso
Sin embargo, Cabo Raso revivió gracias a un emprendimiento ecoturístico en los últimos años. En una nota publicada en el Diario El Chubut, la protagonista de esta historia, Elaine, cuenta acerca del emprendimiento familiar que le dio vida al lugar nuevamente.

Este lugar invita a volver atrás en el tiempo, a entrecerrar los ojos para imaginar el pasado usando de referencia el entorno. Recorrer las casas abandonadas, sentir el silencio interrumpido por las olas del mar, detenerse en los vestigios históricos de lo que alguna vez fue un pueblo activo, disfrutar de la desconexión y sentir la levedad del ser.
Toda esta energía vital resonó fuerte en la humanidad de Elaine y su familia. Si bien la pulsión de alejarse de las grandes ciudades ya estaba creciendo, fue en 2007 cuando el impulso se materializó y se mudó a Cabo Raso.
“Nací en Trelew, tengo 4 hijos y con los dos más chicos, de 8 y 10 años, nos fuimos a vivir a Cabo Raso hace 17 años, cuando sentimos un llamado del lugar. Fue una gran experiencia y un verdadero desafío, era un lugar totalmente en ruinas, alejado de todo, sin conexión, y en muchos aspectos sigue igual”, detalló la pionera.
“Nos queríamos ir de la ciudad, pero no encontrábamos él lugar. De casualidad pasamos una vez por Cabo Raso y me cautivó. También me movilizó el hecho de que se trataba de un lugar que tenía mucho trabajo de nuestros predecesores y pioneros, el trabajo que hicieron fue increíble, todo a mano”, mencionó.
Lejos de hacerlos desistir, el desafío les dio más impulso. “Lo sentí como una misión, recuperar el lugar y mostrar que se puede vivir de otra manera, alejándonos un poco del consumo. Me sentí abducida por el Cabo, con el objetivo de ponerlo de nuevo en el mapa y revalorizar su belleza”.
Así comenzó a tomar forma lo que hoy es un hospedaje turístico con singulares características que lo convirtieron en una experiencia en sí mismo. “ Arrancamos con lo que teníamos puesto, un par de herramientas, un grupito electrógeno que nos prestaron y a la aventura. Al principio nos quedamos en una casita rodante que teníamos y después nos pasamos a una tapera que había, empezamos a arreglar todo, nos mudamos de casa en casa hasta consolidar el emprendimiento”, recordó Elaine.
En el complejo se utiliza agua de pozo, provista por un molino, termotanques a gas o leña, y se obtiene energía de fuentes solares. Todo esto hace que sea sostenible y respetuoso con el ambiente.
“Es un hospedaje que recuerda a los visitantes que con menos y con lo indispensable se puede vivir bien. Tratamos de no cambiar nada en los estilos de las construcciones. La idea es tener instalaciones lo más cómodas posibles, pero también con el menor impacto, gasto e intervención posibles. Buscamos reciclar absolutamente todo lo que se puede, todo lo que se rompió, vidrios, maderas, algunos plásticos, todo”, detalló la emprendedora.
En este sentido, sostuvo que “tratamos de revalorizar el trabajo de la gente que lo construyó. Creo que tenemos que cuidar mucho nuestro patrimonio histórico. Siento que a través del esfuerzo que dejaron plasmado nuestros ancestros la vida tiene un hilo conductor, una sucesión de recuerdos”.
La idea central del complejo fue generar el menor impacto posible en la zona. “La Patagonia es muy frágil y si alguien hace una huella nueva eso queda ahí” explicó Eliane. Y agregó: “por eso es importante no impactar de manera negativa. Acá no tenemos televisor, no tenemos secador de pelo, teléfonos, grandes electrodomésticos, nada. Es un lugar particular, no es para cualquiera, es para aquellos que buscan conectar con otras cosas más profundas, con el mar, con la tierra, con la vida silvestre, incluso, con el pasado”.
Cabo Raso, es uno de esos parajes perdidos que se niega a convertirse en un pueblo fantasma. Atizado por el espíritu de nuevos emprendedores, este importante sitio se está asomando fuera de unas ruinas que casi llegaron a taparlo.
“El Cabo para mí representa conexión con la tierra, con la libertad. Estoy muy satisfecha y feliz por el sacrificio que hicimos con mis hijos para poder disfrutar de esto y que la gente pueda venir a conocerlo”, celebró Elaine.